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Channel: Paul Verlaine – Poesias y poemas de amor ®
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Paseo sentimental

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paseo sentimental.

El ocaso lanzaba sus rayos supremos
Y el viento mecía los nenúfares pálidos;
Los grandes nenúfares, entre las cañas,
Lucían  tristemente sobre las aguas quietas.

Yo, erraba solo, paseando mi llaga
A lo largo del estanque, entre los sauces
Donde la vaga bruma evocaba un gran
Fantasma lechoso desesperándose
Y llorando con la voz de los ánades
Que se llaman batiendo sus alas.

Entre los sauces donde yo erraba solo
Paseando mi llaga; y la espesa mortaja
De las tinieblas vino a ahogar los supremos
Rayos del ocaso en esas olas pálidas
De los nenúfares entre las cañas,
Los grandes nenúfares sobre las aguas quietas.


Sensatez

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sensatez

Me había esforzado como Sísifo
Y trabajado como Hércules
Contra la carne que se rebela
Había luchado, había asestado
Tajos como para cortar montañas
Y como Aquiles me había batido.
Huraño amigo que me acompañas.

Tú lo sabes, coraje pagano,
Que hicimos campañas.
Y nada descuidamos
En aquella guerra extenuante.

¡Trabajamos bien !
Pero todo en vano;
El áspero gigante
A todos sus esfuerzos
Oponía su aire artero.

Y siempre un cobarde emboscado,
Cercando mis consejos,
Entregaba las llaves de la ciudad.
Que mi suerte fuese mala o buena,
Siempre un impulso de mi corazón
Abría su puerta a la Gorgona,
¡ Siempre el enemigo sobornador
sabía envolver en una trampa
incluso la victoria y el honor !

 

Yo era el vencido al que se asedia,
Dispuesto a vender muy cara su sangre,
Cuando, blanca en sus vestidos de nieve,
Muy bella, la frente humilde y altiva,
Una Señora apareció sobre la nube,
Y de un signo hizo desaparecer la carne.

En una tempestad desconocida
De rabia y gritos inhumanos,
Desgarrándose su desnudo seno,
El Monstruo volvió a sus caminos
Por los bosques llenos de amores espantosos,
Y la señora, juntando las manos:
Mi pobre combatiente que profundizas
-dijo – este dilema vano,
tregua a las victorias desdichadas!

"Te llega un divino socorro,
del cual yo soy segura mensajera,
para tu salvación, posible al fin"
-Oh, mi Señora de voz amada,
anima a un herido, deseoso
de ver terminar la guerra atroz,
voz que habláis con un tono tan dulce
y me anunciáis buenas cosas,
mi Señora, ¿quién sois vos?
Yo nací antes que todas las causas
y veré el fin de todos
los efectos, estrellas y rosas.

"Y al mismo tiempo, buena para vosotros,
hombres débiles y pobres mujeres,
¡ lloro y os encuentro locos !
"Lloro por vuestras tristes almas,
a las que amo, pero tengo miedo
de ellas y de sus infames deseos."

"Oh, esto no es la felicidad.
Velado, aunque alguien diga que os amo,
Velad, temed al sobornador,
Velad, ¡ temed al día supremo !
¿ Quien soy yo ? me preguntabas tu.

Mi nombre inclina a los propios ángeles,
Yo soy el corazón de la virtud,
Yo soy el alma de la sensatez,
Mi nombre quema al obstinado Infierno.

Yo soy la dulzura que endereza,
Os amo a todos y no acuso a nadie,
Mi nombre, sólo se llama promesa,
Yo soy la única huésped oportuna,
Habló al rey el verdadero lenguaje
De la mañana rosada y del atardecer oscuro.

"Yo soy la PLEGARIA y mi compromiso
es tu vicio ya lejos y derrotado.
Mi convicción: "Se juicioso"
-Si, mi Señora, y sed vos testigo.

Balada de mala reputacion

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baladaA veces tuvo algún dinero
e invitó a sus camaradas
de un sexo o de dos, inteligentes
o encantadores, o bien ambas cosas,
sin que en los espíritus enfermos
su buena reputación
sufriese más que tropezones.
¿ Lúculo ? No, ¡Trimalción!

Bajo sus artesonados, cantos
y palabras nada insípidas,
Eros y Baco, indulgentes,
Presidían aquellas serenatas
Acompañadas por abrazos.
Luego, coros y conversaciones
Cesaban para unos fines poco severos.
¿ Lúculo ? No, ¡Trimalción!

El alba despuntaba y aquellos malvados
la saludaban con cien alboradas
que despertaban, y con mil brindis,
de lejos a las gentes de bien.
Sin embargo, vagos brigadas
-¿ celo o denuncia ? –
verbalizaban en las alcaldías.
¿ Lúculo ? No, ¡Trimalción!

Balada de la vida en rojo

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balada de la vida.

El uno siempre vive la vida en rosa,
la juventud que no acaba nunca,
segunda infancia menos taciturna,
ni deseos ni lamentos superfluos.

Ignorante de todo flujo y reflujo,
este sabio para quien nada se mueve
reina instintivo: como un falo.
Pero yo, yo veo la vida en rojo.

El otro razona y glosa
en tonos irresolutos,
sopesando, pesando cada cosa
con manos entumecidas y pesados callos.
Le haría falta mucho tiempo de su tabuco.
El mundo es gris para este recluso.
Pero yo, yo veo la vida en rojo.

El, este otro, en derredor se atreve
A echar miradas llenas de deseos,
Pero donde su mirada se posa,
Él se exaspera donde tu te places,

Mirada de filántropos mofletudos;
Todo le parece negro, virgen o gubia,
Los hombres, vinos bebidos, libros leídos.
Pero yo, yo veo la vida en rojo.

Lujurias

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lujurias.

¡Carne ! único fruto mordido de los vergeles de aquí abajo,
fruto amargo y dulzón que sólo das jugos a los dientes,
bocas o fauces de los hambrientos del único amor,
y buen postre de los fuertes en sus alegres comidas,

¡Amor ! única emoción de aquellos a los que no rebela
el horror de vivir, amor que prensas con tu mortero
los escrúpulos de libertinos y de mojigatas
para el pan de los condenados que eligen los sabatts,

Amor, tu te me apareces también como el hermoso pastor
en que sueña la hilandera en tardes invernales
sentada junto al fuego de un sarmiento claro,

Y la hilandera es la Carne, y suena la hora
en que el sueño abrazará a la soñadora -  ¡hora santa
o no! – ¿qué importa a vuestros éxtasis, Amor y carne?

No blasfemes, oh poema

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no blasfemes, oh poema

No blasfemes, oh poeta, y recuérdalo siempre:
La mujer es deseable, tirársela está bien.
Aunque obeso es su trasero la prestigia bastante
Y yo lo he saboreado alguna vez.

Ese trasero y los pechos, qué refugio amoroso,
De rodillas la abrazo y lamo su rajita
Mientras mis dedos hurgan el anillo de atrás…
Y los hermosos pechos, impúdicamente perezosos.

Y desde ese trasero, sobre todo en la cama
sirve como almohadón, o resorte eficaz
para que el hombre penetre en lo más hondo
del vientre de la mujer que ama.

Allí mis manos, también mis brazos y mis pies
se apaciguan: tanta frescura y redondez elástica
son un sagrario apetecible donde el deseo renace
fugaz y solapado, prometiendo juveniles proezas.

Pero, ¿cómo comparar ese trasero bonachón,
ese trasero rechoncho, más práctico que voluptuoso
con el hombre, flor de alegría y estética,
y proclamarlo vencedor?

“Eso está mal”, ha dicho el amor. Y la voz de la historia:
“Trasero del hombre, alto honor de la Hélade y divino
adorno de la Roma verdadera, y aun más divino
en Sodoma, muerta y martirizada por tu gloria.”

Shakespeare olvida pronto la gracia femenina
de Ofelia, de Cordería y de Desdémona para cantar
en versos magníficos que un tonto ha denigrado,
del cuerpo masculino su triunfo celestial.

Los Valois enloquecían por los machos, y en nuestra era
la aburguesada y femenina Europa a su pesar admira
al rey Luís de Baviera, ese rey virgen cuyo corazón
solamente por los hombres palpita.

La carne, también la carne de la mujer proclama
el trasero, el pene, el torso y el ojo del arrogante Casto.
Por todo ello, oh poeta, ya lo ha dicho Rousseau,
Es necesario a veces apartar a la dama.

Monta sobre mi como una mujer

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monta sobre mi como una mujer

Monta sobre mí como una mujer,
lo haremos a “la jineta”.
Bien: ¿estás cómodo?…  Así
mientras te penetro daga en la manteca al menos
puedo besarte en la boca,
darte salvajes besos de lengua
sucios y a la vez tan dulces.

Veo tus ojos en los que sumerjo
los míos hasta el fondo de tu corazón:
allí renace mi deseo vencedor
en su lujuria de sueños.

Acaricio la espalda nerviosa,
los flancos ardientes y frescos,
la doble y graciosa peluquita
de los sobacos, y los cabellos.

Tu trasero sobre mis muslos
lo penetran con su dulce peso
mientras mi potro se desboca
para que alcances el goce.

Y tú disfrutas, chiquito,
pues veo que tu  pene entumecido,
celoso por jugar su papel
apurado, apurado se infla, crece,

se endurece. ¡Cielo!, la gota, la perla
anticipadora acaba de brillar
en el orificio rosa: tragarla,
debo hacerlo pues ya estalla

a la par de mi propio flujo. Es mi precio
poner cuanto antes tu glande
pesado y febril entre mis labios,
y que descargue allí su real marea.

Leche suprema, fosfórica y divina,
fragante flor de almendros
donde una ácida sed mendiga
esa otra sed de ti que me devora.

Rico y generoso, prodigas
el don de tu adolescencia,
y comulgando con tu esencia
mi ser se embriaga de felicidad.

Por cierto la mujer gana

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la mujer ganaPor cierto la mujer gana
haciendo el amor semidesnuda,
y mucho más si el camisón
que lleva por único atuendo

tiene la expresa función
de un velo corto, insinuando
muslo y pantorrilla, senos y nalgas
y la vulva, un tanto gigantesca.

Gana sin descubrirse del todo,
salvo la vulva, lo único divino
para el coito o la mineta,
y lo demás en ella es vano.

Considerando así la cosa,
esa falta de proporciones,
esos blancos y rosas excesivos
podrían llegar a convencernos.

En cambio, un hombre joven,
sacerdote de Eros o neófito,
se ve favorecido en su belleza
cuando ama totalmente desnudo.

Admiremos esa carne espléndida
que se diría inteligente, vibrante,
intrépida y también tímida
y,  por un gran privilegio

sobre toda carne –femenina
o bestial- la verdadera belleza,
la fascinante gracia
de ser múltiple bajo la piel,

juego de músculo y de huesos,
pulpa apretada, suave tejido,
ella interpreta y hasta completa
toda ocurrencia sentimental.

Colérica, se excita,
y alternativamente dura y blanda,
preocupada en gozar hacer gozar
se tensa y distiende en el amor.

Y cuando sea tocada por la muerte,
esa carne que yo endiosé
habrá de fijar augusta
sus elementos en mármol azul.


Mille et tre

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mille et tre

Mis amantes no pertenecen a las clases ricas,
son obreros de barrio o peones de campo;
nada afectados, sus quince o sus veinte años
traslucen a menudo fuerza brutal y tosquedad.

Me gusta verlos en ropa de trabajo, delantal o camisa.
No huelen a rosas, pero florecen de salud
pura y simple. Torpes de movimientos, caminan sin embargo
de prisa, con juvenil y grave elasticidad.

Sus ojos francos y astutos crepitan de malicia
cordial, y frases ingenuamente pícaras,
a veces sazonadas de palabrotas, salen
de sus bocas dispuestas a los sólidos besos.

Sus sexos vigorosos y sus nalgas joviales
regocijan la noche y mi verga y mi culo,
a la tenue luz del alba sus cuerpos resucitan
mi cansado deseo, jamás vencido.

Muslos, alma, manos, todo mi ser entremezclado,
memoria, pies, corazón, espalda y las orejas,
y la nariz y las entrañas, todo me aturde y gira:
confusa algarabía entre sus brazos apasionados.

Un ritornelo, una algarabía, loco y loca,
más bien divino que infernal, más infernal
que divino para mi perdición, y allí nado y vuelo
en sus sudores y sus alientos como en un baile.

Mis dos Carlos; el uno, joven tigre de ojos de gata,
suerte de monaguillo que al crecer se embrutece.
El otro, galán recio con cara de enojado, me asusta
sólo cuando me precipita hacia su dardo.

Odilón, casi un niño y armado como un hombre,
sus pies aman los míos enamorados de sus dedos
mucho más, aunque no tanto del resto suyo
vivamente adorable… pero sus pies sin parangón,

frescura satinada, tiernas falanges, suavidad
acariciadora bajo las plantas, alrededor de los tobillos
y sobre la curvatura del empeine venoso, y esos besos
extraños y tan dulces: ¡cuatro pies y una sola alma, lo aseguro!

Armando, todavía proverbial por su pija,
él solo mi monarca triunfal, mi dios supremo
estremeciéndose el corazón con sus claras pupilas
y todo mi culo con su pavoroso barreno.

Pablo, un rubio atleta de pectorales poderosos,
pecho blanco y duras tetillas tan chupadas
como lo de abajo; Francisco, liviano cual gavilla,
piernas de bailarín y buen florín también.

Augusto, que se vuelve cada día más macho
(era bastante chico cuando empezó lo nuestro),
Julio, con su belleza pálida de puta,
Enrique que me cae perfecto y que pronto,
¡ay! se incorpora al ejército.

Vosotros todos, en fila o en bandada,
o solos, sois la diáfana imagen de mis días pasados,
pasiones del presente y futuro en plenitud erguido:
incontables amantes ¡nunca sois demasiados!

Aunque no este parada

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Aunque no esté parada
lo mismo me deleita tu miembro
que cuelga -oro pálido- entre tus muslos
y sobre tus huevos, esplendores sombríos,

semejantes a fieles hermanos
de piel áspera, matizada
de marrón, rosado y purpurino:
tus mellizos burlones y aguerridos

de los cuales el izquierdo, algo suelto,
es más pequeño que el otro,
y adopta un aire simulador,
nunca sabré por qué motivo.

Es gorda tu picha y aterciopelada
del pubis al prepucio
que en su prisión encierra
la mayor parte de su cresta rosada.

Si se infla levemente, en su extremo
grueso como medio pulgar el glande se dibuja
bajo la delicada piel, y allí
muestra sus labios.

Una vez que la haya besado
con amoroso reconocimiento,
deja mi mano acariciarla,
sujetarla, y de pronto

con osada premura descabezarla
para que de ese modo -tierna violeta-
el lujoso glande, sin esperar ya más,
resplandezca magnífico;

y que luego, descontrolada,
la mano acelere el movimiento
hasta que al fin el “peladito”
se incorpore muy rígido.

Ya está erguido, eso anhelaba
¿mi trasero o vagina? Elige dueño mío.
¿Quizás un simple autoplacer?
Eso era lo que mis dedos querían…

Sin embargo, tu sacrosanta parte
dispone de mis manos, mi boca y mi trasero
para el ritual y el culto
a su forma adorable de ídolo.

La Angustia

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la angustia.

Naturaleza, nada tuyo me conmueve, ni los campos
Nutricios, ni el eco bermejo de las pastorales
Sicilianas, ni las pomas aurorales,
Ni la solemnidad doliente de los ocasos.

Me río del Arte, me río del Hombre también, de los cantos,
De los versos, de los templos griegos y de las torres espirales,
Y con igual ojo veo a los buenos que a los malos.

No creo en Dios, abjuro y reniego
De todo pensamiento y en cuanto a la vieja ironía,
El Amor, quisiera que no me hablaran más de él.

Cansado de vivir, teniendo miedo a morir, semejante
Al brick perdido, juguete del flujo y del reflujo,
Mi alma apareja para espantosos naufragios.

La entrada La Angustia aparece primero en Poesias y poemas de amor ®.

Paseo sentimental

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paseo sentimental.

El ocaso lanzaba sus rayos supremos
Y el viento mecía los nenúfares pálidos;
Los grandes nenúfares, entre las cañas,
Lucían  tristemente sobre las aguas quietas.

Yo, erraba solo, paseando mi llaga
A lo largo del estanque, entre los sauces
Donde la vaga bruma evocaba un gran
Fantasma lechoso desesperándose
Y llorando con la voz de los ánades
Que se llaman batiendo sus alas.

Entre los sauces donde yo erraba solo
Paseando mi llaga; y la espesa mortaja
De las tinieblas vino a ahogar los supremos
Rayos del ocaso en esas olas pálidas
De los nenúfares entre las cañas,
Los grandes nenúfares sobre las aguas quietas.

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Sensatez

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sensatez

Me había esforzado como Sísifo
Y trabajado como Hércules
Contra la carne que se rebela
Había luchado, había asestado
Tajos como para cortar montañas
Y como Aquiles me había batido.
Huraño amigo que me acompañas.

Tú lo sabes, coraje pagano,
Que hicimos campañas.
Y nada descuidamos
En aquella guerra extenuante.

¡Trabajamos bien !
Pero todo en vano;
El áspero gigante
A todos sus esfuerzos
Oponía su aire artero.

Y siempre un cobarde emboscado,
Cercando mis consejos,
Entregaba las llaves de la ciudad.
Que mi suerte fuese mala o buena,
Siempre un impulso de mi corazón
Abría su puerta a la Gorgona,
¡ Siempre el enemigo sobornador
sabía envolver en una trampa
incluso la victoria y el honor !

 

Yo era el vencido al que se asedia,
Dispuesto a vender muy cara su sangre,
Cuando, blanca en sus vestidos de nieve,
Muy bella, la frente humilde y altiva,
Una Señora apareció sobre la nube,
Y de un signo hizo desaparecer la carne.

En una tempestad desconocida
De rabia y gritos inhumanos,
Desgarrándose su desnudo seno,
El Monstruo volvió a sus caminos
Por los bosques llenos de amores espantosos,
Y la señora, juntando las manos:
Mi pobre combatiente que profundizas
-dijo – este dilema vano,
tregua a las victorias desdichadas!

"Te llega un divino socorro,
del cual yo soy segura mensajera,
para tu salvación, posible al fin"
-Oh, mi Señora de voz amada,
anima a un herido, deseoso
de ver terminar la guerra atroz,
voz que habláis con un tono tan dulce
y me anunciáis buenas cosas,
mi Señora, ¿quién sois vos?
Yo nací antes que todas las causas
y veré el fin de todos
los efectos, estrellas y rosas.

"Y al mismo tiempo, buena para vosotros,
hombres débiles y pobres mujeres,
¡ lloro y os encuentro locos !
"Lloro por vuestras tristes almas,
a las que amo, pero tengo miedo
de ellas y de sus infames deseos."

"Oh, esto no es la felicidad.
Velado, aunque alguien diga que os amo,
Velad, temed al sobornador,
Velad, ¡ temed al día supremo !
¿ Quien soy yo ? me preguntabas tu.

Mi nombre inclina a los propios ángeles,
Yo soy el corazón de la virtud,
Yo soy el alma de la sensatez,
Mi nombre quema al obstinado Infierno.

Yo soy la dulzura que endereza,
Os amo a todos y no acuso a nadie,
Mi nombre, sólo se llama promesa,
Yo soy la única huésped oportuna,
Habló al rey el verdadero lenguaje
De la mañana rosada y del atardecer oscuro.

"Yo soy la PLEGARIA y mi compromiso
es tu vicio ya lejos y derrotado.
Mi convicción: "Se juicioso"
-Si, mi Señora, y sed vos testigo.

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Balada de mala reputacion

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baladaA veces tuvo algún dinero
e invitó a sus camaradas
de un sexo o de dos, inteligentes
o encantadores, o bien ambas cosas,
sin que en los espíritus enfermos
su buena reputación
sufriese más que tropezones.
¿ Lúculo ? No, ¡Trimalción!

Bajo sus artesonados, cantos
y palabras nada insípidas,
Eros y Baco, indulgentes,
Presidían aquellas serenatas
Acompañadas por abrazos.
Luego, coros y conversaciones
Cesaban para unos fines poco severos.
¿ Lúculo ? No, ¡Trimalción!

El alba despuntaba y aquellos malvados
la saludaban con cien alboradas
que despertaban, y con mil brindis,
de lejos a las gentes de bien.
Sin embargo, vagos brigadas
-¿ celo o denuncia ? –
verbalizaban en las alcaldías.
¿ Lúculo ? No, ¡Trimalción!

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Balada de la vida en rojo

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balada de la vida.

El uno siempre vive la vida en rosa,
la juventud que no acaba nunca,
segunda infancia menos taciturna,
ni deseos ni lamentos superfluos.

Ignorante de todo flujo y reflujo,
este sabio para quien nada se mueve
reina instintivo: como un falo.
Pero yo, yo veo la vida en rojo.

El otro razona y glosa
en tonos irresolutos,
sopesando, pesando cada cosa
con manos entumecidas y pesados callos.
Le haría falta mucho tiempo de su tabuco.
El mundo es gris para este recluso.
Pero yo, yo veo la vida en rojo.

El, este otro, en derredor se atreve
A echar miradas llenas de deseos,
Pero donde su mirada se posa,
Él se exaspera donde tu te places,

Mirada de filántropos mofletudos;
Todo le parece negro, virgen o gubia,
Los hombres, vinos bebidos, libros leídos.
Pero yo, yo veo la vida en rojo.

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Lujurias

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lujurias.

¡Carne ! único fruto mordido de los vergeles de aquí abajo,
fruto amargo y dulzón que sólo das jugos a los dientes,
bocas o fauces de los hambrientos del único amor,
y buen postre de los fuertes en sus alegres comidas,

¡Amor ! única emoción de aquellos a los que no rebela
el horror de vivir, amor que prensas con tu mortero
los escrúpulos de libertinos y de mojigatas
para el pan de los condenados que eligen los sabatts,

Amor, tu te me apareces también como el hermoso pastor
en que sueña la hilandera en tardes invernales
sentada junto al fuego de un sarmiento claro,

Y la hilandera es la Carne, y suena la hora
en que el sueño abrazará a la soñadora -  ¡hora santa
o no! – ¿qué importa a vuestros éxtasis, Amor y carne?

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No blasfemes, oh poema

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no blasfemes, oh poema

No blasfemes, oh poeta, y recuérdalo siempre:
La mujer es deseable, tirársela está bien.
Aunque obeso es su trasero la prestigia bastante
Y yo lo he saboreado alguna vez.

Ese trasero y los pechos, qué refugio amoroso,
De rodillas la abrazo y lamo su rajita
Mientras mis dedos hurgan el anillo de atrás…
Y los hermosos pechos, impúdicamente perezosos.

Y desde ese trasero, sobre todo en la cama
sirve como almohadón, o resorte eficaz
para que el hombre penetre en lo más hondo
del vientre de la mujer que ama.

Allí mis manos, también mis brazos y mis pies
se apaciguan: tanta frescura y redondez elástica
son un sagrario apetecible donde el deseo renace
fugaz y solapado, prometiendo juveniles proezas.

Pero, ¿cómo comparar ese trasero bonachón,
ese trasero rechoncho, más práctico que voluptuoso
con el hombre, flor de alegría y estética,
y proclamarlo vencedor?

“Eso está mal”, ha dicho el amor. Y la voz de la historia:
“Trasero del hombre, alto honor de la Hélade y divino
adorno de la Roma verdadera, y aun más divino
en Sodoma, muerta y martirizada por tu gloria.”

Shakespeare olvida pronto la gracia femenina
de Ofelia, de Cordería y de Desdémona para cantar
en versos magníficos que un tonto ha denigrado,
del cuerpo masculino su triunfo celestial.

Los Valois enloquecían por los machos, y en nuestra era
la aburguesada y femenina Europa a su pesar admira
al rey Luís de Baviera, ese rey virgen cuyo corazón
solamente por los hombres palpita.

La carne, también la carne de la mujer proclama
el trasero, el pene, el torso y el ojo del arrogante Casto.
Por todo ello, oh poeta, ya lo ha dicho Rousseau,
Es necesario a veces apartar a la dama.

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Monta sobre mi como una mujer

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monta sobre mi como una mujer

Monta sobre mí como una mujer,
lo haremos a “la jineta”.
Bien: ¿estás cómodo?…  Así
mientras te penetro daga en la manteca al menos
puedo besarte en la boca,
darte salvajes besos de lengua
sucios y a la vez tan dulces.

Veo tus ojos en los que sumerjo
los míos hasta el fondo de tu corazón:
allí renace mi deseo vencedor
en su lujuria de sueños.

Acaricio la espalda nerviosa,
los flancos ardientes y frescos,
la doble y graciosa peluquita
de los sobacos, y los cabellos.

Tu trasero sobre mis muslos
lo penetran con su dulce peso
mientras mi potro se desboca
para que alcances el goce.

Y tú disfrutas, chiquito,
pues veo que tu  pene entumecido,
celoso por jugar su papel
apurado, apurado se infla, crece,

se endurece. ¡Cielo!, la gota, la perla
anticipadora acaba de brillar
en el orificio rosa: tragarla,
debo hacerlo pues ya estalla

a la par de mi propio flujo. Es mi precio
poner cuanto antes tu glande
pesado y febril entre mis labios,
y que descargue allí su real marea.

Leche suprema, fosfórica y divina,
fragante flor de almendros
donde una ácida sed mendiga
esa otra sed de ti que me devora.

Rico y generoso, prodigas
el don de tu adolescencia,
y comulgando con tu esencia
mi ser se embriaga de felicidad.

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Mille et tre

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mille et tre

Mis amantes no pertenecen a las clases ricas,
son obreros de barrio o peones de campo;
nada afectados, sus quince o sus veinte años
traslucen a menudo fuerza brutal y tosquedad.

Me gusta verlos en ropa de trabajo, delantal o camisa.
No huelen a rosas, pero florecen de salud
pura y simple. Torpes de movimientos, caminan sin embargo
de prisa, con juvenil y grave elasticidad.

Sus ojos francos y astutos crepitan de malicia
cordial, y frases ingenuamente pícaras,
a veces sazonadas de palabrotas, salen
de sus bocas dispuestas a los sólidos besos.

Sus sexos vigorosos y sus nalgas joviales
regocijan la noche y mi verga y mi culo,
a la tenue luz del alba sus cuerpos resucitan
mi cansado deseo, jamás vencido.

Muslos, alma, manos, todo mi ser entremezclado,
memoria, pies, corazón, espalda y las orejas,
y la nariz y las entrañas, todo me aturde y gira:
confusa algarabía entre sus brazos apasionados.

Un ritornelo, una algarabía, loco y loca,
más bien divino que infernal, más infernal
que divino para mi perdición, y allí nado y vuelo
en sus sudores y sus alientos como en un baile.

Mis dos Carlos; el uno, joven tigre de ojos de gata,
suerte de monaguillo que al crecer se embrutece.
El otro, galán recio con cara de enojado, me asusta
sólo cuando me precipita hacia su dardo.

Odilón, casi un niño y armado como un hombre,
sus pies aman los míos enamorados de sus dedos
mucho más, aunque no tanto del resto suyo
vivamente adorable… pero sus pies sin parangón,

frescura satinada, tiernas falanges, suavidad
acariciadora bajo las plantas, alrededor de los tobillos
y sobre la curvatura del empeine venoso, y esos besos
extraños y tan dulces: ¡cuatro pies y una sola alma, lo aseguro!

Armando, todavía proverbial por su pija,
él solo mi monarca triunfal, mi dios supremo
estremeciéndose el corazón con sus claras pupilas
y todo mi culo con su pavoroso barreno.

Pablo, un rubio atleta de pectorales poderosos,
pecho blanco y duras tetillas tan chupadas
como lo de abajo; Francisco, liviano cual gavilla,
piernas de bailarín y buen florín también.

Augusto, que se vuelve cada día más macho
(era bastante chico cuando empezó lo nuestro),
Julio, con su belleza pálida de puta,
Enrique que me cae perfecto y que pronto,
¡ay! se incorpora al ejército.

Vosotros todos, en fila o en bandada,
o solos, sois la diáfana imagen de mis días pasados,
pasiones del presente y futuro en plenitud erguido:
incontables amantes ¡nunca sois demasiados!

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Aunque no este parada

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Aunque no esté parada
lo mismo me deleita tu miembro
que cuelga -oro pálido- entre tus muslos
y sobre tus huevos, esplendores sombríos,

semejantes a fieles hermanos
de piel áspera, matizada
de marrón, rosado y purpurino:
tus mellizos burlones y aguerridos

de los cuales el izquierdo, algo suelto,
es más pequeño que el otro,
y adopta un aire simulador,
nunca sabré por qué motivo.

Es gorda tu picha y aterciopelada
del pubis al prepucio
que en su prisión encierra
la mayor parte de su cresta rosada.

Si se infla levemente, en su extremo
grueso como medio pulgar el glande se dibuja
bajo la delicada piel, y allí
muestra sus labios.

Una vez que la haya besado
con amoroso reconocimiento,
deja mi mano acariciarla,
sujetarla, y de pronto

con osada premura descabezarla
para que de ese modo -tierna violeta-
el lujoso glande, sin esperar ya más,
resplandezca magnífico;

y que luego, descontrolada,
la mano acelere el movimiento
hasta que al fin el “peladito”
se incorpore muy rígido.

Ya está erguido, eso anhelaba
¿mi trasero o vagina? Elige dueño mío.
¿Quizás un simple autoplacer?
Eso era lo que mis dedos querían…

Sin embargo, tu sacrosanta parte
dispone de mis manos, mi boca y mi trasero
para el ritual y el culto
a su forma adorable de ídolo.

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